Iba a titular esta entrada "festina lente", que significa "apresúrate despacio", que es nuestro "vísteme despacio, que tengo prisa". Porque en pleno auge de lo rápido, con tendencias tan poco saludables como el "fast-food", compras híper rápidas on-line, trabajos en el que se exige ser muy productivo e incluso aprovechamos al máximo los traslados de casa al trabajo para comer, estudiar, escuchar música, leer los correos, estar informado, realizar compras y más y más trabajo ¡buff¡ ¿Qué tiempo nos reservamos para desconectar, mirar el paisaje o pensar en nuestras cosas?
Y si a este ritmo acelerado y trepidante le añadimos un huracán de información y de estímulos acechantes: vaya cóctel explosivo.
Me he dado cuenta de que una de mis preocupaciones, desde hace ya bastante tiempo, es evitar la sobreestimulación que siento que se va extendiendo como una gota de aceite y poco a poco se afana por invadirlo todo; ya parece casi imposible perderse por la montaña o encontrar una calita desierta.
Lo empecé a aplicar en la escuela, como algo necesario para preservar el bienestar de los niños y las niñas. Nada fácil, cuando la creencia generalizada es que los niños para pasarlo bien cuanta más música, más alta, más globos y más colores, mejor. Y no te atrevas a ponerlo en duda, porque te caerá el peso del manido "a ellos les gusta". A ellos les puede gustar cualquier cosa que sienten que espera de ellos un adulto al que quieren, a parte de cualquier cosa a la que se les acostumbra: no son esponjas solo para lo bueno.
Pronto empecé a cuidar los detalles casi imperceptibles y que para mí eran primordiales: la luz adecuada, la calidez, el orden (incluso en las estanterías altas que creemos que pasan desapercibidas), las tonalidades, el tono de voz, el tipo de música, el volúmen y la intencionalidad de su uso, los ruidos, los distractores, las interrupciones innecesarias, la prisa...
Y si a este ritmo acelerado y trepidante le añadimos un huracán de información y de estímulos acechantes: vaya cóctel explosivo.
Me he dado cuenta de que una de mis preocupaciones, desde hace ya bastante tiempo, es evitar la sobreestimulación que siento que se va extendiendo como una gota de aceite y poco a poco se afana por invadirlo todo; ya parece casi imposible perderse por la montaña o encontrar una calita desierta.
Y acabó por convertirse en una necesidad también mía: ¡quiero un poco de paz!
Si pudiera tener el control de cuando quiero escuchar música a todo volúmen no tendría ningún problema con ello, hay momentos en que me gusta bien alta: en un concierto de rock, escuchando a mis grupos preferidos mientras limpio el polvo, en el coche cuando voy sola y me apetece cantar... Pero cuando entro en una tienda me molesta bastante, igual que cuando observo el juego de los niños en mi estancia que en la de al lado suene a toda leche el "PotiPoti de animales".
Con la infancia sucede algo que no me acabo de explicar:
¿por qué existe la tendencia a hablarles con un volumen más elevado cuando debería ser al revés, porque son bastante más sensibles a los sonidos? Y, sobretodo, ¿por qué los adultos se toman tantas licencias a la hora de tocarles y achucharles sin permiso?
Oigo a menudo el mantra "no les pasa nada por..." refiriéndose a las situaciones nada adecuadas a las que los adultos les acostumbramos a someter. Una fiesta de cumpleaños plagada de adultos, música alta, dulces y refrescos, colores estridentes, juguetes, etc. en la que no siempre se busca el bienestar del protagonista. Largas jornadas de compras, cenas en restaurantes, horas de coche, dejar que desconocidos para el niño le cojan, le besen... Y os juro que me siento muy sola defendiendo otro trato para la infancia cuando gran parte de la sociedad acepta los micromaltratos y saca uñas y dientes cuando alguien pone en duda que sea totalmente aceptable.
Os lo dice alguien que trabaja con una ratio nada respetuosa (por desgracia) y que a nivel personal comete muchos errores, pero no dejo de cuestionarme todo lo referente a esta cultura de infancia en la que creo y que no es más que ir aprendiendo de los errores del pasado, sin renunciar a los aciertos, pero siempre de la mano de la ciencia y de la reflexión, del sentido crítico y de la formación, la información como base para pensar y repensar, el diálogo y el intercambio de ideas y experiencias como herramienta para la autocrítica y la mejora. Y siempre desde la humildad y la objetividad de saber que nos queda muchísimo por aprender.
Estos días releyendo a mi querida Penny Ritscher me he sentido comprendida como nunca, esta entrada solo es una excusa para que leáis o releáis esta maravilla:
Con la infancia sucede algo que no me acabo de explicar:
¿por qué existe la tendencia a hablarles con un volumen más elevado cuando debería ser al revés, porque son bastante más sensibles a los sonidos? Y, sobretodo, ¿por qué los adultos se toman tantas licencias a la hora de tocarles y achucharles sin permiso?
Oigo a menudo el mantra "no les pasa nada por..." refiriéndose a las situaciones nada adecuadas a las que los adultos les acostumbramos a someter. Una fiesta de cumpleaños plagada de adultos, música alta, dulces y refrescos, colores estridentes, juguetes, etc. en la que no siempre se busca el bienestar del protagonista. Largas jornadas de compras, cenas en restaurantes, horas de coche, dejar que desconocidos para el niño le cojan, le besen... Y os juro que me siento muy sola defendiendo otro trato para la infancia cuando gran parte de la sociedad acepta los micromaltratos y saca uñas y dientes cuando alguien pone en duda que sea totalmente aceptable.
Os lo dice alguien que trabaja con una ratio nada respetuosa (por desgracia) y que a nivel personal comete muchos errores, pero no dejo de cuestionarme todo lo referente a esta cultura de infancia en la que creo y que no es más que ir aprendiendo de los errores del pasado, sin renunciar a los aciertos, pero siempre de la mano de la ciencia y de la reflexión, del sentido crítico y de la formación, la información como base para pensar y repensar, el diálogo y el intercambio de ideas y experiencias como herramienta para la autocrítica y la mejora. Y siempre desde la humildad y la objetividad de saber que nos queda muchísimo por aprender.
Estos días releyendo a mi querida Penny Ritscher me he sentido comprendida como nunca, esta entrada solo es una excusa para que leáis o releáis esta maravilla:
Escola Slow
Pedagogia del quotidià
Temes d'infància
educar de 0 a 6 anys
En castellano:
La escuela slow (temas de infancia).
Editado por Octaedro.
Editado por Octaedro.