¡Buenas noches!
Estaba a punto de acostarme sin escribir, pero sé que me voy a quedar más tranquila si vierto los pensamientos que me están dando vueltas por aquí. Hoy la cosa va de comportarse adecuadamente en lugares públicos destinados a niños y niñas... No, mejor si digo que va del disgusto innecesario que nos hemos llevado, Juno por ser una niña muy expresiva y yo por ser una madre demasiado precavida.
Antes, os comento una escena que tuvo lugar la semana pasada un día que fui a la biblioteca con Juno:
Era bastante pronto y la sala de infantil estaba vacía. Nos sentamos en las colchonetas del medio y Juno me iba trayendo álbumes para que se los explicase. Hice un repaso visual por la estancia y en una de las paredes llamaban la atención las prohibiciones para el buen uso del espacio: bien grande y en forma de pictograma dejaba bien claro que se tenía que permanecer en silencio, que no se debía usar el móvil y que no se podía comer ni beber nada.
Aún estando sola respeté todas las normas: le leí bajito a Juno, no saqué el móvil (guardado en el bolso en silencio) ni para mirar la hora y paramos antes a comer un bocadillo sospechando que allí no podríamos hacerlo. Estuvimos un rato en paz y armonía, hasta que llegó una señora con su nieta. Una señora no muy mayor, lo aclaro porque pienso que hay que ser flexible con las personas y tampoco me apetece ir de tiquismiquis, aunque a veces me pueden resultar molestos comportamientos ajenos que a otra persona quizás no le importen y me aguanto.
El caso es que, nada más llegar, la niña se vino hacía donde estábamos nosotras y cogió un cuento, que tiró en la colchoneta, después otro y otro, hasta cuatro. Pero eso es totalmente normal. Lo que no lo es tanto, es que en cuanto puso un pie en la sala a la señora le sonó el móvil, y con toda naturalidad del mundo, contestó y mantuvo la conversación más pública y larga que he presenciado jamás en una biblioteca. Habló en un tono tan alto, que incluso un rato que salí fuera, se oía todo lo que hablaba estando lejos, y allí nadie se acercó a decirle nada a la buena señora. Me enteré de intimidades que no me interesaba nada, nada, saber. Y sin forzar el final, le faltaban el café y las pastas, la llamada acabó después de 20-25 minutos.
Entonces le dio por querer hacerle fotos a la nieta, y con ese propósito la iba persiguiendo, móvil en mano, pidiéndole que hiciera distintas cosas. Pensé: venga dos de tres, solo le falta sacar la merienda... ¡¿Cómo lo sabes?! ¡Lo hizo! La niña merendó en la biblio. Y en todo ese tiempo, charla, fotos y merienda, nadie se acercó a la sala. Debo suponer que desde la otra sala no se acababa de ver ni oír lo que yo estaba presenciando.
Todo queda en una anécdota, no pasa nada. Si no llega a ser por lo de hoy ni lo menciono en el blog. No estaba estudiando para un exámen, podíamos lidiar con el ruido de nuestras nuevas compañeras. Es cierto que, comentando el hecho con Miguel, recordé la cantidad de veces que los familiares hablan por teléfono en el espacio infantil de la biblioteca, o simplemente hablan entre sí muy alto, como si estuvieran en el parque.
HOY
Esta tarde, con el frío y la excusa de devolver unos libros, hemos ido a la biblioteca, Juno y yo. He intentado no entrar en la salita de prelectores, porque no es la que más me entusiasma de esta biblioteca, pero Juno quería ir a todas todas y he cedido. Estaba muy llena de adultos y niños, y la bibliotecaria sentada en la mesa de despacho que hay situada en un extremo de la sala.
Nos hemos sentado en la colchoneta central y Juno a cogido un cuento que le he leído muy bajito, aunque había tanto barullo, de adultos hablando, sobretodo, que me daba la sensación de que no me oía. Entonces a ella le ha dado por hacer como quien lee y decir "el lleó no fa por" (el león no da miedo). Como lo ha dicho en alto, enseguida le he advertido que hablase flojito, pero lo ha vuelto a repetir en alto (no gritando, que también le gusta, suficientemente alto como para no ser apropiado, aunque no tanto como para molestar) así que yo me he puesto más seria y le he indicado que se callara tratando de no hablar para no generar más ruido. De inmediato teníamos a la bibliotecaria llamándonos la atención : se ha levantado y ha venido directa a pedirnos silencio. Yo he mirado a Juno reforzando la alerta de esta porque veo bien que procure mantener un ambiente relajado y que se acerque a decirle que no hable alto, pero la coletilla: "ya se sabe que con niños de esta edad cuesta" me ha hecho pensar... ¡Pues claro que cuesta!, no están preparados para estar tanto tiempo en silencio, de hecho ninguno allí estaba en silencio, y algunos incluso corrían.
Al poco rato, Juno ha vuelto a hablar, pero esta vez más bajo, dejándome más tranquila porque daba a entender que había decidido aplicar lo de bajar el volúmen de voz. En eso que de nuevo nos llama la atención la bibliotecaria y nos mira visiblemente molesta. Tras dudarlo apenas un minuto, he pensado que para estar en tensión mejor irnos cuanto antes; pero a Juno no le apetecía en absoluto irnos a los 5 minutos de haber llegado y se ha puesto a correr para no tener que irse, luego a hablado fuerte... ha empezado a hacer, ahora sí, lo que no se debe hacer en una biblioteca.
El tiempo de conseguir recogerlo todo, cogerla a ella y salir, ha sido muy desagradable, por la mirada expectante de todos los adultos de la sala.
Juno, cuando se ha visto sacada de allí en brazos, ha empezado a llorar, y al pedirle que se callara, más lloraba... Salir ha supuesto un disgusto para ella y para mí, yo no atinaba a coger la llave de la taquilla, ni abrirla, ni nada. Al hacer tanto frío, no podía sacarla sin abrigo para que le diese un poco el aire y entrar más tarde a acabar de recoger nuestras cosas...
En fin, me he enfadado con Juno, me he enfadado conmigo... La he tratado mal, porque ella tampoco estaba haciendo nada tan malo como para el disgusto que se ha llevado por irnos de la manera en que nos hemos ido... He estado un rato después en el parque y me he acabado enfadando con la situación, con la presión que a veces puedes llegar a sentir por ir con un niño que llora o grita según a qué lugares. Te dicen aquello de "hay sitios a los que no hay que ir con niños". Pues a mí, que no me ha pasado nunca, me ha tenido que pasar en el espacio infantil de la biblioteca. Que si quieren, en vez de niños llevamos robots, que no hablan. Tal vez deberían reprimir más según que conducta adulta consciente y ser más tolerantes en función de la edad. Pero esta es solo mi opinión, ¡claro!
Llevo días queriendo escribir sin pasar de borradores que seguramente jamás verán la luz, ¡y acabo escribiendo una protesta! Me sabe mal, no me gusta quejarme, pero de algún modo tenía que sacarlo, por pura terapia emocional ;)