Hace a penas unos días he tenido entre mis lecturas este libro de Selva Almada: Chicas muertas. Ha sido una lectura difícil y dura, interrumpida por la necesidad de poner distancia con casos que me resultaban demasiado conocidos, demasiado cercanos: cada una de las chicas que han matado desde que tengo uso de razón, esas cuyos casos han expuesto en la televisión, ahondando en cada detalle y clavándose en mi cada nota de dolor. Ya ves, tanta empatía para qué, qué desperdicio de sufrimiento cuando nada cambia y la lista se engrosa desmesuradamente, aquí y en la otra punta del mundo, qué más da el lugar.
Creo que a ninguna chica nos cuesta ponernos en situación, todas hemos tenido miedo, hemos sentido el peligro en algún momento, solas o acompañadas, de día y de noche. Todas hemos crecido sabiendo que no podemos bajar la guardia, aunque seguro que en algún momento todas nos hemos expuesto, hemos corrido riesgos; por decidir andar unos pocos metros a pie y no gastar en un taxi, por despedirnos de una amiga que vive a pocas manzanas y continuar solas...
A cuántas chicas he visto andar deprisa con la mandíbula apretada, con el 112 marcado en el móvil a punto para una llamada desesperada, las veo y me veo a mi misma, reconozco una conducta de estado de alerta a una legua. Y la sensación de que por más precauciones que tomes estás arriesgando, sigues siendo vulnerable, es lo peor. Me calzaba mis bambas y me subía hasta la garganta la sudadera (como quien se pone el traje el superhéroe) para escapar rápido en caso de necesidad. Os juro que he necesitado correr, y eso deja claro que no es paranoia, es supervivencia. He andado con una piedra en la mano, me he alejado de portales y coches aparcados, de lugares oscuros, de grupos o chicos solitarios. He tratado de contener la respiración y encogerme hasta hacerme prácticamente invisible.
Si nos juntamos unas cuantas chicas y describimos nuestras estrategias para salvar el pellejo cada vez que nos hemos sentido en peligro, nos da para escribir un libro: mirar bien antes de entrar al portal o a un párquing (incluido el de tu propia casa, ¡claro!), no subir al ascensor con un desconocido (ni aún siendo un poco conocido, añadiría), eso sí, que no se note, inventa que has olvidado algo en el coche, que prefieres subir andando las escaleras, o lo que sea. Inspecciona bien los vagones del tren o del metro antes de decidirte por uno. Revisa las salidas de emergencia, la localización de las cámaras de seguridad, etc., de cualquier lugar que te genere inseguridad. Pon el seguro del coche nada más subir, no des la espalda a nadie buscando algo en el maletero... Y todo esto me sale sin esfuerzo de lo interiorizado que lo llevo.
Por todo esto, el libro de Selva me ha dolido y me ha costado. Este libro no habla de una ficción, como tampoco son ficciones la lista interminable de niñas, chicas y mujeres muertas cada día en cualquier lugar del mundo.
esa mujer ¿por qué grita?
andá a saber
mirá que flores bonitas
¿por qué grita?
jacintos, margaritas
¿por qué?
¿por qué qué?
¿por qué grita esa mujer?
Susana Thénon
Yo crecí con el caso Alcázer grabado en la memoria, con los pocos datos que me atrevía a escuchar. En mi casa veía las noticias, pero no las comentábamos, jamás compartí mis miedos, los guardaba y me los gestionaba como podía. Sabía que una chica, ni aún acompañada por dos amigas, debían hacer autoestop. Pensaba que conforme me iría haciendo mayor dejaría de ser blanco de acechadores, ya no lo tengo tan claro. Después, como todo, por no vivir angustiada, te acomodas, te confías, y olvidas muchas de las precauciones que se habían convertido en tu ritual. Hasta el siguiente susto. ¿Pero, cómo iba a pensar que ante un susto, una imprudencia mía seguramente, podía pedir responsabilidades, ser denunciable, porque podía no ser culpa mía?
"El Sátiro era una entidad tan mágica como, en los primeros años de la infancia, la Solapa o el Viejo de la Bolsa. Era el que podía violarte si andabas sola a deshora o si te aventurabas por sitios desolados. El que podía aparecer de golpe y arrastrarte hasta alguna obra en construcción. Nunca ns dijeron que podía violarte tu marido, tu papá, tu hermano, tu primo, tu vecino, tu abuelo, tu maestro. Un varón en el que depositas toda tu confianza."
Ayer, cuando escuché hablar del caso de Diana Quer, sentí unas lágrimas de impotencia, de ya me lo imaginaba, de ¡qué mierda, joder!
Y hoy es fin de año, y estoy pensando en Diana y todas las demás chicas que como ella tuvieron mala suerte, porqué ya estoy por pensar que es cuestión de suerte, las que nos hemos ido salvando y las que no pudieron hacerlo.