Viernes tarde. Hoy ha sido el día padre-hija de la semana: el día en que Juno se salta la escoleta para quedarse en casa disfrutando de levantarse tarde, de desayunar con calma en el regazo de su padre (ese zumo de naranja que le exprime con cariño), con el pijama puesto y la cara marcada por las sábanas. De jugar, trastear, bailar al ritmo de cualquier disco imposible, ayudar (a su manera...). Y llego a casa y me los encuentro preciosamente dormidos, la una sobre el pecho del otro, casi a oscuras, en silencio... Desprendiendo paz y ternura a borbotones. Y yo me contengo para no comérmelos a besos!
Más de una vez os he comentado como me gusta presenciar los descubrimientos de Juno sin intervenir, y si es posible, capturarlos con la cámara sin ser vista. Solo de este modo puedo conservar momentos preciosos y apreciar, una y otra vez, cada gesto, cada movimiento, cada acción.
Creo en la importancia de que los niños dispongan de tiempo: lo que significa darnos tiempo nosotros también. Relajarnos y disfrutar del momento, es el punto de partida para lo que tenga que darse, ya sea la rutina del baño, la comida, un paseo... cualquier actividad cotidiana cambia diametralmente si le metemos la prisa, el "venga", el "acaba ya".
Con el juego sucede igual; si dejamos que el tiempo lo determine su interés, su ritmo, y no el reloj, ni el horario que nosotros establecemos, será un tiempo de juego mucho más distendido, más abierto a lo que pueda suceder, a lo imprevisto, y más adecuado a las necesidades del niño, que es el protagonista absoluto de esta práctica vital.
Decir juego y movimiento libre es prácticamente hablar del mismo concepto. El juego es libre por definición, por eso, cuando un adulto trata de dirigirlo, de forzarlo, no considero que se trate realmente de juego. Jugar debe ser siempre un placer espontáneo, una actividad deseada, motivada y desarrollada por el niño en un contexto de libertad. Jugar es la principal acción que tiene lugar en la infancia y se da a través del movimiento: jugar con el propio cuerpo, jugar a correr, esconderse, saltar... Jugar con objetos, manipulándolos, desplazándolos, combinándolos...
Los objetos cotidianos, los materiales que no son propiamente juguetes, ofrecen un sinfín de posibilidades, un abanico inmenso de oportunidades. Pueden convertirse en cualquier cosa porque no están ideados para ningún juego concreto, están disponibles, solo es necesario que los niños los elijan, que les den un uso, una función, un significado.
La curiosidad y la creatividad van cogidas de la mano, como el juego y el movimiento.
En este caso, Juno elige un cesto con pinzas de la ropa para jugar en la terraza, y a su vez, decide jugar sobre la hamaca. Para ella tiene un valor desarrollar esta actividad en alto ¿supone un reto? Observo que se siente segura, que se mueve con cuidado pero confía en sí misma.
El juego es tirar las pinzas, comprobar que el cesto está totalmente vacío, y volverlo a llenar. No tiene mucho sentido para un adulto, pero para ella tiene mucho: solo hay que ver la concentración con la que lleva a cabo toda la secuencia, como sus ojos y sus manos se coordinan a la perfección, como se involucra todo su cuerpo.
Su mirada, el gesto de su dedo índice señalando las pinzas caídas, a la vez que sigue sosteniendo con la otra mano el cesto ya vacío. No lo ha tirado, ha decidido conservarlo aún sin pinzas, que parece que sea el verdadero objeto de juego, pero no es así: todos los elementos son igual de importantes en esta acción, las pinzas, el cesto, la hamaca, la terraza... Ofrecerle pinzas sin más no excitaría su curiosidad hasta tal punto, no le motivaría de igual modo.
Fin de semana por delante: tiempo de perder el tiempo, tiempo de juego, de vida.