Al hilo de la anterior entrada, porque no puede ser de otro modo, estamos en septiembre y todo el mundo que tenga un niño cerca en edad escolar sabe que existe un monotema: el proceso de adaptación a la escuela. Yo también quiero dejar por escrito mi reflexión personal-profesional sobre este asunto, no tanto queriendo explicar el proceso, sino más bien compartiendo mis inquietudes al respecto.
Este año la adaptación/familiarización/acogida la vivo desde distintas miradas: la de profesional, la de niño/a y la de familia.
Inevitablemente, cada año me cuestiono como enfrentarme a esta situación tan complicada. Aunque como escuela tenemos una programación que orienta hacia donde van a ir dirigidos nuestros pasos, esfuerzos y atención, como educadora pienso siempre en mejorar, en intentar hacer más llevadero este trance. Y en eso me equivoco: la adaptación viene a ser como un parto, por muchos hijos que tengas, cada parto es único, y además duele, más o menos, pero no está exento de dolor. Es más realista prepararse para el dolor, que soñar con que no va a haber.
Por muy claro que tengas el tipo de adaptación “ideal”, hay más factores que se escapan de tu control que factores que realmente tengas controlados, y esto se da, principalmente, porque estamos hablando de personas, de un triángulo formado por tres ángulos muy distintos entre sí, con sus necesidades específicas, y que por el bien común, deben ir a una. Aun así, la situación no deja de ser “forzada”, porque el objetivo es adquirir una confianza que permita empezar a crear un vínculo a personas que acaban de conocerse y que, en cualquier otro contexto, se tomarían algo más de tiempo para lograr una complicidad.
Otra dificultad añadida es que confluyen a la vez muchas adaptaciones, la de cada alumno, la de cada familia y la de los profesionales a los que se les adjudica el grupo.
Como profesional, pronto detectas las particularidades de cada niño y, con suerte, de sus familias. Pero a veces no llegas a todas las familias por mil razones: poco tiempo, estrés, ausencia de referentes implicados en la adaptación, indiferencia, falta de entendimiento…
Pensad lo complicado que es acoger a personas con necesidades, expectativas, creencias y maneras de proceder diferentes desde una coherencia pedagógica a la vez que desde una cercanía humana.
Un hecho que me sorprende, es que la visión de grupo (más o menos numeroso) cree en algunas familias la ilusión de que es algo positivo, como si más niños fuese igual a más personas con las que jugar. Cuando la realidad es que, en un principio, se estorban más que otra cosa. Además, si nos fijamos, los niños eligen un número bastante reducido de compañeros de juego, realmente lo que cuesta es gestionar grupos con muchos iguales. Porque lo que sucede cuando hay muchos niños tratando de conocer a unas personas, conocerse entre sí y familiarizarse con el espacio y las nuevas dinámicas que todo esto implica, es que se produce cierto “caos”, cierto “ruido” de voces, llantos, quejas, movimientos, etc. y provoca malestar: lloros, gritos… y el llanto de uno entristece a un segundo, y la atención del otro la quiere un tercero y así...
Si hablamos del llanto...
¡Ay el llanto! Ahora que estoy inmersa de pleno, que lo acompaño, lo consuelo, lo sostengo, lo distraigo… hago lo que me sale del corazón, que viene a ser un poco de todo:
Lo primero es acompañar con la mirada, que el niño se sienta “escuchado”, es el primer paso para ejercer una presencia, imprescindible hacer notar esto en el niño.
En segundo lugar, acompañar con el cuerpo: aproximándote, pidiendo permiso, poco a poco, sin invadir el espacio que no quiere ser invadido, dejando que sea él quien se vaya acercando o que permita el acercamiento, esperar que nos vaya aceptando y, en todo caso, que nos pidan unos brazos o un regazo.
Como último recurso, la voz, de la que tanto abusamos al relacionarnos con los pequeños, acaparando protagonismo y generando más de ese ruido del que os hablaba. La voz debe administrarse en pequeñas dosis porque tiene muchos efectos secundarios.
En definitiva: estar disponible.
Cualidad de presencia basada en la escucha, en la empatía, la aptitud de ponerse en resonancia con los pensamientos y afectos del interlocutor. Es una actitud de respeto profundo hacia el otro.
Carl R. Rogers (1977).
Y así sucede, en una sola mañana se da toda una secuencia de pasos encaminados a iniciar una relación y, paulatinamente, ir construyendo el vínculo afectivo. La vertiente emocional está tan presente, tiene tanto peso en la adaptación, que se requiere de un gran esfuerzo personal por empatizar, por cuidar nuestra expresión, lo que decimos y lo que no (lenguaje no verbal), y por supuesto: mantener la calma.
Si pensamos en la separación...
Otro aspecto primordial, observar cómo cada persona vive la separación a su manera y necesita un tiempo, una atención, una estrategia diferente. Hay quien precisa, tras ese doloroso "adiós" con su referente, la distracción para dibujar una sonrisa. Pero debe ser respetuosa, es esencial, distraer con lo que sea solo con la finalidad de acallar el llanto lo deja latente. Cuando el llanto aflora dice te quiero, quiero estar contigo, no te vayas, vuelve pronto, estoy triste, tengo miedo, me siento desprotegido, me siento inseguro, no quiero quedarme en la escuela, prefiero estar en casa, con la familia, donde soy el verdadero protagonista, etc.
Cuando el llanto, a veces el grito, la patada en el suelo, el golpe, el lanzar un objeto, el no querer consuelo, ni agua, ni un juguete, ni una canción… se ha podido manifestar, es un desahogo para el niño, es la manera de dar salida a un cúmulo de emociones que están produciendo un malestar interno y es bueno que encuentren la manera de fluir. Entonces sí es necesario ofrecer algo atractivo o que motive el querer quedarse en la escuela, sí que es una buena estrategia conocer los gustos del niño.
La acogida, por lo tanto, opino que requiere de cierto recogimiento, de un espacio delimitado, un lugar físico concreto donde sentirse recibido, reconocido. Una educadora que haga corrillo a su alrededor con un títere o una cajita que contiene ves a saber qué sorpresa... Una alfombra donde reunirnos, o incluso una mesa alrededor de la que sentarse, es importante que el espacio físico en el que tiene lugar la acogida transmita seguridad.
Después de observar a los niños, que año tras año voy recibiendo, mi conclusión es que bastante tienen con luchar en la batalla que se está librando en su interior como para tener que dedicar las pocas fuerzas restantes en tomar decisiones, aprender a relacionarse con otros compañeros que ni conocen, hacerse al nuevo espacio, etc. Por eso, los primeros días, podemos otorgarnos la labor de tomar algunas decisiones que posteriormente les dejaremos tomar a ellos, podemos sacrificar un poco su autonomía si con ello conseguimos hacerles sentir más seguros.
Espero que mi reflexión sirva a las personas que están viviendo este proceso de separación con sus hijos con cierta tristeza, inseguridad, miedo, culpabilidad... que vean que familia y escuela jugamos en un mismo equipo, y que se permitan sentirse mal, todos tenemos este derecho, y tenemos derecho a llorar, es lo más normal del mundo. Ánimo que hay luz al final del túnel :)
Si os interesa el tema del acompañamiento de las emociones podéis releer entradas anteriores: