No sé porqué creí que debía ser la mejor en algo, como si necesitase reafirmarme, encontrar mi lugar en el mundo, o alguna idiotez por el estilo, sí, idiotez, porqué no hay nada más absurdo y más frustrante que perseguir un imposible. No hablo de utopías, las adoro, y a demás las encuentro necesarias. ¿¿Pero crecer y vivir con la presión de pretender ser la mejor?? Un esfuerzo inútil. Siempre hay alguien que te supera, tarde o temprano, a no ser que realmente seas un genio, y las posibilidades de que así sea, admitámoslo, son escasas.
Yo dibujaba bien y tenía una letra bonita, pero no tardé en tropezar con un par de compañeros que lo hacían mejor que yo. No pasa nada. ¿O si? Me sentía en deuda con quienes creían en mi potencial, en mis habilidades, en mis virtudes. Creía tener la obligación de responder tal y como se esperaba de mí, por no defraudar, por no sentirme mal. Y de pronto, que otras personas pusieran en duda mi proclamada superioridad, me llevaba a tener que competir, a multiplicar esfuerzos, a sentirme vulnerable e insegura.
Años de universidad acabaron con mi don de la belleza caligráfica, me quedé sin trono (alivio total). Pero como soy una incauta hice algo más...
Un pastel que me salió de... mmm... ¡increíble! Oye, pues nunca más, los siguientes cien o doscientos pasteles que he hecho en mi vida han sido de mediocres para abajo. ¿Qué pasa?, que tuve la mala suerte de hacer algo excepcionalmente bien en un momento en el que se le dio mucho bombo, y claro, cría fama y échate a dormir: aún sin haber vuelto a entrar en la cocina yo era la de los pasteles deliciosos. ¡Qué presión! Ahora solo tenía dos alternativas: no hacer ningún pastel (oficial) jamás de los jamases, o desear no haber hecho nunca ese primer dichoso pastel.
Cuando me vi despojada de mis supuestos dones, de mis facetas sobresalientes, fue un poco raro. Es como si alguien llega y te aparta con la mano hacia un lado y te deja ahí para que observes. Ya no era la "secretaria" de todos los proyectos, ni a la que pedían que dibujase en murales, folios y libretas. ¡Me habían condenado a ser una del montón! Otras personas ocupaban el lugar al que antes me habían alzado a mí, ahora yo les miraría desde abajo y yo no sabía estar más que arriba...
Regalitos de Navidad (a buenas horas los enseño) |
El detalle es lo que importa |
Me defiendo y con eso me basta |
Ahora pongo más cariño y buena intención y menos presión sobre mi misma |
Tal vez eso ayudó a que dejase de importarme tratar de agradar, ¿para qué? La mayoría de las veces lo haces para gente que no te importa en absoluto, o que a penas conoces. Ahora piensa, ¿qué conseguimos alabando desmesuradamente las cualidades de los niños y de las niñas?
P.D.: Como todo lo que escribo tiene mucho de autobiográfico, pero en este caso me he valido de lo anecdótico de mi experiencia personal para llevarlo al extremo y sacar a relucir un tema que me ha venido a la mente.
Hace poco leía un artículo en el catorze.cat sobre la frivolidad: El síntoma de la felicidad. Esta es mi frivolidad, pensar en temas más amables cuando lo que me preocupan son cosas demasiado serias.