Diario de confinamiento, primeras impresiones
La última vez que cogí el coche fue el viernes 6 de marzo para ir a trabajar. Puse Radio3 y sonó Años 80, y por un momento tuve 18 años y cruzaba la puerta de la discoteca en el preciso momento en que sonaba mi canción (aunque, por supuesto, tenía muchas). Me incorporé a la ronda litoral con una irreprimible sonrisa en la boca, cantando su estribillo como buena fan, como quien toma un bálsamo. “Será como aquella canción de los años 80, seré como el niño que algún día fui... Ya terminé”. Y llegué a la escuela una hora antes y aparqué casi en la puerta porque todo parecía venir rodado y me quedé en el coche leyendo porque estaba rara y no sabía cómo gestionar esa sensación extraña.
La última vez que cogí el coche fue el viernes 6 de marzo para ir a trabajar. Puse Radio3 y sonó Años 80, y por un momento tuve 18 años y cruzaba la puerta de la discoteca en el preciso momento en que sonaba mi canción (aunque, por supuesto, tenía muchas). Me incorporé a la ronda litoral con una irreprimible sonrisa en la boca, cantando su estribillo como buena fan, como quien toma un bálsamo. “Será como aquella canción de los años 80, seré como el niño que algún día fui... Ya terminé”. Y llegué a la escuela una hora antes y aparqué casi en la puerta porque todo parecía venir rodado y me quedé en el coche leyendo porque estaba rara y no sabía cómo gestionar esa sensación extraña.
Un día raro
sin duda
Ese jueves en el que se anuncia el cese de las clases pero no el cese del trabajo, ciertamente nos quedamos todas las compañeras de la escuela con un gran interrogante sobre nuestras cabezas. Y empezaron a sobrevolarnos varias dudas. Ese jueves en el que todo cambió. Hasta entonces no entendí la magnitud del asunto, tomé sin preocupación unas precauciones mínimas, insuficientes. No sabíamos más, no nos habían contado más, ¿o no quisimos informarnos mejor?
Ese jueves en el que se anuncia el cese de las clases pero no el cese del trabajo, ciertamente nos quedamos todas las compañeras de la escuela con un gran interrogante sobre nuestras cabezas. Y empezaron a sobrevolarnos varias dudas. Ese jueves en el que todo cambió. Hasta entonces no entendí la magnitud del asunto, tomé sin preocupación unas precauciones mínimas, insuficientes. No sabíamos más, no nos habían contado más, ¿o no quisimos informarnos mejor?
Ya se vislumbraba
lo peor
No se toma a la ligera una decisión como cerrar las escuelas, así de un día para el otro, ¡un viernes! Ese día le vimos las orejas y la cabeza entera al lobo, pero cuesta reaccionar a algo tan inesperado. De la normalidad con algunas reglas de higiene y salud, a ir a trabajar sin alumnos, creo que fue un punto de inflexión para mí, no solo personal sino también profesional.
Las educadoras de infantil (normalmente) solo tenemos unos pocos días a principio de curso para preparar todo antes del inicio oficial, esa es la única ocasión en la que trabajamos sin los niños y las niñas. A mitad de curso esta circunstancia es desconcertante. A los pocos minutos de compartir perplejidad y asombro nos pusimos manos a la obra cada una con aquellas cosas pendientes que todas arrastramos, inevitablemente.
Queríamos aparentar cierta normalidad
Mientras esperábamos una decisión que tenía que venir de arriba, porque ese día yo me enfrentaba a la pandemia como maestra, entonces todo se resumía en un hecho: ir a trabajar o no.
No se toma a la ligera una decisión como cerrar las escuelas, así de un día para el otro, ¡un viernes! Ese día le vimos las orejas y la cabeza entera al lobo, pero cuesta reaccionar a algo tan inesperado. De la normalidad con algunas reglas de higiene y salud, a ir a trabajar sin alumnos, creo que fue un punto de inflexión para mí, no solo personal sino también profesional.
Las educadoras de infantil (normalmente) solo tenemos unos pocos días a principio de curso para preparar todo antes del inicio oficial, esa es la única ocasión en la que trabajamos sin los niños y las niñas. A mitad de curso esta circunstancia es desconcertante. A los pocos minutos de compartir perplejidad y asombro nos pusimos manos a la obra cada una con aquellas cosas pendientes que todas arrastramos, inevitablemente.
Queríamos aparentar cierta normalidad
Mientras esperábamos una decisión que tenía que venir de arriba, porque ese día yo me enfrentaba a la pandemia como maestra, entonces todo se resumía en un hecho: ir a trabajar o no.
Salimos de la
escuela una hora más tarde, decidieron que nos fuésemos a casa en una reunión de
urgencia, no acabamos ni la mañana de trabajo: ¡qué peculiar es despedirse sin
besos ni abrazos, sin una fecha fiable de reencuentro! Abandoné el edificio con
mi compañera de aula, mi tercio, ella cogió un camino y yo otro. Al subir al
coche me decía, son dos semanas…
Y yo me voy a
mi pisito con patio, en el que podemos correr, ir en bici, jugar a pelota, ver
la calle, a los vecinos… Y me quedo en casa con mi pareja y mi hija, los tres
sanos, los dos con trabajos que no peligran, con ganas de pasar tiempo en
familia, de retomar todas las aficiones que por falta de tiempo están un poco
aparcadas, incluso de aburrirnos.
Me siento privilegiada, modestamente
suertuda, pero pienso en quien no tiene mi suerte, por pura responsabilidad,
por pura empatía, ¡por justicia social!
Pienso en
todos los niños y niñas que se han visto encerrados por un motivo que pueden
entender más o menos, pero que no deja de ser un tema demasiado complejo para
ellos, una pandemia, un confinamiento, unas acciones políticas más o menos a
tiempo, más o menos adecuadas.
¿Quién ha pensado en ellos?
A la infancia
se la ha obviado, de la ha silenciado, se la ha menospreciado
Ninguna de las
medidas estaba teniendo en cuenta a la INFANCIA. "Que cada familia se las apañe como pueda, los niños son de sus padres". Aunque parezca que partimos de esta máxima, no nos confundamos: los niños y las niñas son ciudadanos. Sobre esta preocupación escribí hace unos días en mi Instagram:
No me refiero a propuestas para entretenerle, es algo más profundo, hablo de sus derechos, de su dignidad.
Hemos cerrado a los niños y las niñas en casa, de un día para otro, por motivos que difícilmente pueden entender dentro de la complejidad que comporta: un confinamiento donde son los principales perjudicados, y para el que no se están poniendo sobre la mesa medidas específicas más allá de actividades, en muchos casos, de dudossa calidad y coherencia pedagógica.
Tantos deberes...
Podemos pasear al perro y no hay manera de que puedan salir un rato al día niños y niñas?
Y a todas estas, ¿quién piensa en la infancia? ¿Quién le da voz, quién le escucha?
No me refiero a propuestas para entretenerle, es algo más profundo, hablo de sus derechos, de su dignidad.
Hemos cerrado a los niños y las niñas en casa, de un día para otro, por motivos que difícilmente pueden entender dentro de la complejidad que comporta: un confinamiento donde son los principales perjudicados, y para el que no se están poniendo sobre la mesa medidas específicas más allá de actividades, en muchos casos, de dudossa calidad y coherencia pedagógica.
Tantos deberes...
- ¿No son en el fondo un autoengaño, como sociedad, para creer que les estamos atendiendo?
- ¿No es una medida egoísta para ocuparlos?
- ¿Una huida de nuestra responsabilidad de acompañarlos emocionalmente en un proceso que requiere paciencia, diálogo y, seguramente, pararnos para sentir cómo nos está afectando?
Tenemos que reclamar medidas para que los sectores más vulnerables, y especialmente la infancia, sea tenida en cuenta.
Podemos pasear al perro y no hay manera de que puedan salir un rato al día niños y niñas?
Una entrada muy bonita. Totalmente de acuerdo contigo.
ResponderEliminarGracias Elisa, cuesta poner orden al batiburrillo de emociones que una situación inesperada y nunca vivida genera, pero ayuda intentar poner palabras a lo que nos cuece por dentro.
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