Mientras recogía los pedacitos de un frasco de cristal del cesto de los tesoros de Juno me vino a la mente la idea de fragilidad. ¿En qué piensas cuando escuchas la palabra frágil?
Hace un tiempo, preparando una charla sobre materiales, estuve reflexionando sobre la tendencia a ofrecer a los niños objetos casi eternos: duraderos, fuertes, resistentes, blanditos pero indestructibles... ¡¡y sobretodo irrompibles!! Y quise defender el valor de proporcionar también otros delicados, quebradizos, frágiles, endebles.. Porque si no les damos materiales que pueden romperse, ¿cómo van a aprender a cuidarlos, a ser conscientes de los límites que cada materia exige?
Por este motivo, a menudo, a los niños se les ofrecen juguetes de plástico. Y lo que no me gusta del plástico es que no tiene esencia. En general, no contempla matices, ni degradados, si imita texturas, es de un modo bastante rudo, casi todas las superficies, si las tocas, son iguales; casi todos los juguetes de plástico huelen y saben igual. En muchas ocasiones, el adulto lo elige por su durabilidad, por su resistencia, porque se limpia fácilmente, etc. Privándonos de algo tan fabuloso como es la percepción del paso del tiempo y del rastro de las manos que lo han tocado.
La madera, en cambio, me apasiona porque se va transformando a medida que se usa: se moja, se lava, se chupa, se pinta, se ensucia, envejece... Ver que ese juguete de madera que has llevado al parque y se ha rebozado de arena y se ha limpiado y ha rodado por el suelo y ha pasado por varias manos..., de algún modo, conserva la huella de esa acción, de esa interacción, para mí es mágico. Ni a propósito se puede crear un material que de un modo natural conserve el recuerdo del juego, del tiempo.
Pero aún así, la madera, dentro de los materiales naturales, es muy resistente, se va puliendo, desgastando, destiñendo... pero no se rompe con facilidad, por eso, a menudo, se usa para confeccionar juguetes y otros materiales para niños. Cuando pienso en fragilidad lo que me viene a la cabeza es algo que fácilmente puede destruirse, hacerse añicos.
¿Cómo aprenderán los niños, y después los adultos, a cuidar, a proteger, a tocar las cosas delicadas si les arrebatamos la fragilidad?
Como una cáscara de huevo o unos pétalos de flor. Ambos necesitan de unas manos muy cuidadosas para conservarlos intactos, un poco de presión de más puede dañarlos. ¡Qué gran aprendizaje! ¡Qué sensación tratar de cuidar de esta cáscara de huevo o ese pétalo de flor! Si no queremos romperlos tendremos que ir con más cuidado, desarrollar más delicadeza, más destrezas. Pero si los queremos romper, veremos como se produce la transformación, viviremos otra experiencia distinta.
Mi aparente reflexión entorno al tema de los materiales que ofrecemos a los niños, va mucho más allá. Tal vez, la materia solo sea una metáfora de la verdadera naturaleza del término, lo físico y lo anímico confluyen, se retroalimentan; la acción que sus pequeños cuerpos ejercen sobre los objetos que manipulan están estableciendo una manera de enfrentarse al mundo, asentando una actitud vital.
Todas las personas somos fragilidad y fortaleza, coexiste en nosotros esa dicotomía fuerte-débil: el desequilibrio eterno. Y la mayor de las fragilidades está en nuestra mente, es el pie del funámbulo al borde del abismo, un paso en falso y ¡zas! Toda persona puede ser frágil en un determinado contexto, momento o en relación a otro, es importante conocer la fragilidad en tanto que forma parte de nosotros.
Todas las personas somos fragilidad y fortaleza, coexiste en nosotros esa dicotomía fuerte-débil: el desequilibrio eterno. Y la mayor de las fragilidades está en nuestra mente, es el pie del funámbulo al borde del abismo, un paso en falso y ¡zas! Toda persona puede ser frágil en un determinado contexto, momento o en relación a otro, es importante conocer la fragilidad en tanto que forma parte de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si me has leído me encantará saber qué piensas