Cuando me senté por primera vez con mi compañera de soporte educativo tenía claro que no quería escatimar en tiempo ni en palabras, la relación que estábamos a punto de establecer, el vínculo que íbamos a empezar a construir, bien merecía una conversación que nos ayudara a conocernos y sentar las bases de un futuro repleto de metas y sueños en común.
Esta entrada debería haberla escrito hace tiempo porqué hace mucho que siento lo que voy a contar.
Adoro mi profesión y todo lo que me aporta y lo que exige de mí, conlleva, a demás, una fuerte carga emocional trabajar con, por y para los/as niños/as y sus familias. Establecer vínculos sólidos y construir poco a poco una relación de confianza con cada uno de ellos implica abrirse a estas personas, ser auténtica, dar un pedacito de ti.
Durante las 8 horas que estoy en la escuela, lo más importante para mí son (en el caso de este curso, que estoy en el aula de 1 a 2 años), las trece personitas de mi grupo.
Pero antes incluso de conocer a mis alumnos, como educadora, formo parte de un equipo. Con mis compañeras compartiré muchos ratos en el día a día, también proyectos e inquietudes, especialmente con las que seremos paralelas. Las paralelas, al tener el mismo grupo de edad, coincidimos en muchos espacios, tenemos que llegar a algunos acuerdos y por todo esto, sentirte a gusto con esta persona para mí es imprescindible. Se puede convertir en un gran apoyo en una profesión en la que no hay que ir por libre, sino tratar de andar de la mano.
Pero no quería hablar del equipo del centro en general, me quiero centrar en la persona más importante para mí en esta aventura que supone estar dentro del aula: es sin duda mi compañera de soporte educativo.
Es la persona con la que la convivencia es más íntima y con la que compartir el amor por el grupo. Con ella, pienso que crear un vínculo sólido y empatizar, es indispensable. Aunque no se nos ofrezcan muchos espacios de comunicación, aprovechar al máximo los que se nos dan para poder conocernos, hablar y compartir nuestras maneras de entender esta profesión.
Empezamos por ver que concepto de niño y de infancia tenemos en mente, replanteándonos y cuestionándonos desde si es real y respetuoso, hasta si nuestra manera de actuar corresponde a esta manera de pensar, para ir dibujando nuestro papel como educadoras, entendiendo educar como acompañar y facilitar el descubrimiento. El aprendizaje lo realiza el propio niño a partir de su acción y su motivación. Si no sentamos estas primeras bases no podremos ir a una, si juntas no soñamos la escuela ideal, no imaginaremos la utopía.
Debo agradecer a mis compañeras permitirme exigirles tantísimo, casi tanto como a mí misma, hasta el punto de llegar a ser dos miradas en conexión, siempre con cada uno de los niños y niñas en mente, sus necesidades, sus particularidades, sus intereses... A ser cuatro ojos y cuatro manos coordinadas acompañando, atendiendo, aprendiendo...
No sé si son conscientes de lo que han significado y significan para mí estas compañeras de vivencias, por eso tenía muchas ganas de expresarlo con palabras.
Ellas (porque siempre han sido ellas) saben que para mí no son quienes vienen a ayudar, a recoger y limpiar y adiós hasta mañana (poniéndonos en el extremo opuesto), y siento si alguna vez alguien las ha hecho sentir así. Sé que el hecho de que cada vez se reduzca más el tiempo que pasan en el aula no beneficia esta relación de igualdad en la que creo, que los aumentos de ratio fuerzan el ritmo diario y nos quitan tiempo para reflexionar juntas sobre mil aspectos importantes, que no se da la importancia suficiente a la labor compartida y a la necesidad de tiempo fuera del aula para llevar a cabo estos intercambios comunicativos...
Pero son mi pareja educativa (este término se lo he tomado prestado a Alfredo Hoyuelos cuando habla de la experiencia educativa en Reggio Emilia, tal vez no se ajuste a lo que sucede en las escuelas reggianas pero es lo más cercano partiendo de mi realidad particular). Sus ojos y sus manos, son también mis ojos y manos, en las dos horas que estoy ausente. Hablamos un mismo lenguaje, usamos un mismo tono de voz, adoptamos una misma postura y sin abandonar nuestra propia personalidad.
¿Cómo se consigue esto? Leyendo y hablando mucho sobre educación, compartiendo artículos que nos han interesado, asistiendo juntas a charlas, cursos, jornadas... En definitiva, sintiendo pasión por nuestra profesión.
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