La segunda sesión del Curso de Introducción a la Educación Viva y Activa giró entorno al tema de la comunicación. Como en la anterior sesión salí con muchas ganas de explicar lo que mi mente estaba aún asimilando; para mí es tan importante la vivencia de la sesión, como la reflexión que llevo a cabo después al hablar de lo vivido, al preguntarme cómo actúo yo y porqué, con algo tan sano como es ejercitar la autocrítica (que es el inicio del cambio).
Con Jordi Mateu lo que me sucede es que cada palabra que dice, así como quien no quiere la cosa, porqué el no da recetas, ni ofrece la solución a nada, me da pie a repensar muchas de las cosas que hago y pienso. El tira de un hilo que yo recojo para seguir tirando y tirando...
En esta segunda sesión surgieron temas tan manidos en educación como son los límites, el conflicto y el tiempo. En realidad pululaban por el ambiente muchísimos temas más porque es imposible parcelar cuando todo va relacionado. Pero voy a lanzar tres ideas con las que me quedo de momento:
Sin límites no es posible educar
Sin entrar en conflicto no hay comprensión
Dar tiempo
El tiempo... Tema complicado. Seguro que habéis oído hablar de alguno de estos términos: Pedagogía del caracol (Gianfranco Zavalloni), Educación lenta (Elogio de la educación lenta, Joan Domènech), Escuela slow... Podéis echar un vistazo a este artículo si os interesa saber más: La educación lenta
Ya veis que aprovecho cualquier excusa para dar bibliografía (hay que leer mucho sobre educación para entender un poco). Creo que tampoco se habló mucho directamente sobre el tiempo en el curso, pero ya os he dicho que a mí me dejan un hilo suelto y no tengo fin! Pues bien, tirando tirando... creo que deberíamos empezar por pensar qué relación tenemos nosotros mismos con el tiempo, y nos podríamos hacer algunas preguntas:
¿Funciono modo "multitarea"?
¿Tengo la sensación de no tener suficiente tiempo?
¿Cada día madrugo más para tener más tiempo?
¿Siempre voy corriendo?
Seguro que si nuestra relación con el tiempo nos genera tensión eso está repercutiendo en nuestra salud física y mental, en nuestro modo de vivir, a fin de cuentas. Claro que no es lo mismo vivir en una ciudad estresante que en un apacible pueblo de la sierra, ni trabajar al lado de casa o a muchos kilómetros, y cada trabajo, cada familia, cada persona es mundo...
Generalizando, los adultos estamos acostumbrados a la inmediatez, a la prisa... Solo hay que ver lo mal que llevamos las esperas, los atascos, los retrasos... Y este ritmo acelerado lo transmitimos a los pequeños, también acostumbrados a obtener respuestas inmediatas a sus demandas.
A menudo contemplo la escena adulto-niño en la que el niño pide algo al adulto y éste le dice que no, entonces el niño repite la pregunta y el adulto vuelve a decir que no, tal vez a la tercera el adulto diga si, de hecho también es común que cedan ante la insistencia (ojo con esto, si crees que no vas a poder mantener un no, no lo digas, pero cambiar de idea porque el niño se harta de preguntar lo mismo le está dando un peligroso mensaje, peligroso para la coherencia). Si después de un no el niño insiste el adulto puede ceder, puede decir ahí te quedas, puede intentar negociar (complicado) o puede seguir con el niño pero en silencio, respetar su desacuerdo, su enfado, lo que sea... estar con él, con la mirada, con el gesto, pero en silencio porque ya está dicho, lo que esperas es que el niño asimile ese no (porque el no existe, es muchas veces necesario o la única opción, y porque aceptar estas primeras negativas es lo que nos hará de mayores más o menos tolerantes a la frustración).
Os hablaba de la importancia de acompañar hace algunas entradas (ver aquí), de que el niño se sienta reconocido, acompañado en sus sentimientos (si es necesario podemos intentar poner nombre a lo que creemos que siente para facilitar que pueda expresarlo "creo que te sientes enfadado"). Acompañar, dice Jordi, es verse a uno mismo en el sufrimiento del otro y estar ahí. Y de esta acción el niño obtiene confianza, ve reforzada su autoestima.
Quizás sea debido a nuestra necesidad de zanjar las cosas rápido, el caso es que cuando se produce un conflicto entre niños tengo la impresión de que eso nos genera malestar y procuramos acabar con la situación cuanto antes mejor. Jordi menciona las conductas típicas del adulto ante un conflicto entre niños:
1- Querer saber qué ha pasado
Y es más ¿quién ha empezado? Por algún motivo, tal vez por querer hacer justicia a nuestra manera, necesitamos saber el cómo, cuándo y porqué de todo. En el peor momento se nos ocurre soltar nuestro interrogatorio, que solo nos falta sacar la libreta y buscar testigos!
2- Solucionarlo
El adulto quiere saber para poder dar soluciones, para controlar la situación, para ser justo. Nos cuesta comprender que un conflicto no tiene porqué solucionarse y menos al momento.
En vez de intentar resolver el conflicto el adulto debería preocuparse por como están los niños, por lo que están sintiendo y atender sus necesidades afectivas.
3- Acabar rápido con el conflicto
Pretende restablecer la "armonía" idealizando el antes del conflicto con frases tipo "con lo bien que estabais jugando...". El adulto tiene obsesión por la calma, con la buena intención de que se sientan bien interviene robándoles ese momento suyo. Y los niños necesitan el conflicto, enfrentarse a ese tipo de situaciones, el adulto debe acompañar el conflicto no pretender dominar la situación ni inmiscuirse.
4- Que acabe bien
Un final feliz: beso y a seguir jugando tan bien. ¡Cuántos besos hemos obligado a dar después de una torta contra toda lógica! Más que evitar el conflicto deberíamos aprender a vivir en calma con el conflicto, es más lógico y más adaptativo, porque situaciones conflictivas van a existir siempre y en algunos casos no va a estar en nuestras manos cambiarlas. El conflicto nos dice cosas, si lo evitamos no escuchamos, el dolor no es negativo porque es el mensaje de que algo pasa.
5- Que aprendan algo
Es común en pleno conflicto que los adultos formulemos preguntas totalmente improcedentes: "¿A ti te gustaría que te quitaran la pelota?, entonces porqué lo haces tú?". Para nosotros es de una lógica aplastante: no hagas lo que no quieras que te hagan, pero no lo es para un niño.
El niño siente una tensión y puede estar provocada por mil cosas distintas y su respuesta a esta tensión es pegar, chillar, etc. Él no sabe ni por lo que pega. O esperamos que en pleno conflicto el niño nos responda "mira he sentido una tensión interna muy molesta y para aliviar el dolor que me provocaba le he pegado a este niño con el que jugaba, porque como bien sabrás las personas tendemos a pagar nuestras frustraciones con quienes tenemos más cerca" (estos razonamientos son muy Jordi y me encantan).
Es muy común en nosotros hacer preguntas a los niños para las que no hay respuesta, o bien porque no la saben o porque no están preparados madurativamente para dárnosla. También podríamos pararnos a pensar cómo actuaríamos nosotros si en plena discusión con nuestra pareja o un amigo, una tercera persona se metiera por medio y quisiera tener la razón absoluta!
¡Importante!
El mensaje es nadie es malo, ni la agresividad es negativa, pero pegar no es una manera adecuada de expresarla.
La función del adulto en un conflicto es acompañar para que el niño se sienta valorado también en ese momento, acogerlo si está llorando o enfadado, pero callado y dándole tiempo, se trata de respetar ese llanto no cortarlo para sentirte mejor o controlar la situación. Tenemos que buscar el momento, no tener esa prisa por resolver y aquí volvemos al tema del tiempo.
Y hasta aquí mi reflexión por ahora, espero despertar muchas preguntas en vosotros: lo importante es hacerse preguntas no tanto buscar soluciones, o eso creo yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si me has leído me encantará saber qué piensas