Hace un par
de semanas que me ronda un tema, fue a partir de ver un programa que no me
pierdo ningún lunes: La Gent Normal (la gente normal) y que
echan por el canal33 (televisión catalana). Siempre abordan temas un tanto
controvertidos y lo hacen a partir de los testimonios y el diálogo entre varias
personas que han vivido en primera persona alguna experiencia relacionada con
el asunto a tratar.
Esta semana
giraba en torno al hecho de empezar de cero, en anteriores emisiones hablaban
de adopción, prostitución, transexualidad, delincuencia… A mí siempre me genera
un gran debate interno, y externo si pillo a alguien por banda ;) En
el último programa se lanzaba este interrogante:
¿Prisioneros de
nuestra imagen?
Y proponía
una serie de preguntas:
- ¿Vivimos demasiado pendientes de nuestra imagen? ¿Existe la dictadura de la imagen?
- ¿Cómo nos condicionan las convenciones sociales? ¿Sabemos envejecer?
- ¿El retoque fotográfico está tan extendido como parece? ¿Cómo altera la relación con el propio cuerpo?
Para mí es
muy importante reflexionar sobre este tema, tomar conciencia. Uno de los testimonios
del programa, Nadia, explicaba su caso desde una clínica para enfermos de
anorexia. Pensé en la cantidad de personas a disgusto con su cuerpo que
desarrollan enfermedades graves y las que, sin llegar a enfermar, viven
excesivamente preocupadas por su imagen.
Yo no fui
feliz con mi cuerpo,
durante
toda mi niñez fui <<flaca >>
Este rasgo físico pasó a definirme durante años, de ahí que escriba "fui" en vez de "estaba", lo
oía a menudo por parte de mi entorno para referirse a mí y nunca con
connotaciones positivas. Crecí en una cultura en la que estar muy delgado no
era estético, y por lo tanto era señalado, se me recordaba constantemente (por
si yo no lo apreciaba al mirarme al espejo), atribuyéndole una importancia
innecesaria.
En vez de
enseñar a los niños a estar a gusto cada uno como es, ya sea alto, bajo, gordo,
delgado, etc. existe la tendencia a etiquetar y a señalar defectos y virtudes,
tanto unas como otras muy subjetivas, por otra parte. Las personas más cercanas
son las que más daño hacen a la autoimagen y la autoestima con sus comentarios
y su actitud. ¡Sin querer, por pura ignorancia! Tal vez, porque ellas mismas
carecen de una buena relación con su propia imagen. Si cuerpo es
algo que nos viene dado y cada uno es diferente:
¿Por qué parece que
debamos pedir perdón por todo aquello que se sale de los cánones de belleza del
momento?
Tan poco sentido tiene presumir de algo en comparación con lo de otra
persona, como fustigarse por no tener tal parte de nuestra anatomía como la de tal
otro individuo o ideal. No es adaptativo, nos llena la cabeza de preocupaciones
innecesarias, nos acompleja, nos hace vulnerables y, en muchos casos, verdugos
de otras personas.
De pequeña, en
la escuela, un compañero me llamaba "saco
de huesos". No era nada agradable. Pronto hice el cambio y cesó; por
suerte para mí no fue a mayores, pero da igual, fue suficiente para contribuir a
que no estuviera bien con mi cuerpo y deseara cambiarlo. Ya empezaba con mal
pie, con algo que iba a ser un hándicap en mi vida: una baja autoestima.
De flaca a delgada
Con
el tiempo, ya no era la flaca, estaba delgada, y no una delgadez enfermiza ni
extrema, por lo que la gente no se preocupaba por mí en plan puede estar
enferma, en ese caso supongo que no hubiesen sido tan bocazas (o tal vez si…). Pero
continuaba la presión social: el hecho de notar que alguien te mira de arriba abajo,
después pone gesto de desaprobación y acaba con una frase-sermón-consejo-me-meto-allí-donde-no-me-llaman:
Sara, estás muy delgada… (Y gesto de penita), o, Sara, deberías comer más (esa
persona, desde luego, no sabía que engullía como una bestia para no perder
peso). En fin, sin acritud, qué le vamos a hacer. No sé si es falta de tacto o
qué… Nunca, jamás en mi vida, le he dicho a nadie si estás gordo o flaco, o si
tiene el culo, los pies, o lo que sea, de tal manera. Me recuerda a los
comentarios que tienes que oír con la maternidad, qué pereza…
En mi caso, durante un tiempo engordar se convirtió sino en una obsesión, casi, me preocupaba mucho por no saltarme una comida, por comer cantidad, por llenar la ropa. Me impuse una dieta para engordar que seguía a rajatabla y en esa época la comida se convirtió en algo demasiado importante. Cuando conseguí ese cuerpo aceptado socialmente entonces sucedió otro fenómeno, tampoco muy saludable: empezaron los elogios. Sin querer te ves en la obligación de mantener ese cuerpo por el que te alaban, y eso en mi caso suponía comer mucho, aunque paradójicamente, tenía que justificarme y convencer a la gente de que en realidad sí que comía (un sobre-esfuerzo absurdo).
Y un día me dejaron de importar las opiniones ajenas
¿Cuándo? Ni lo recuerdo. Quizá también cuando dejé de hacer caso a la gente que te aconseja qué color de pelo, peinado, ropa, etc. te favorece más. Te das cuenta cuando ante el típico <<me gustabas más con...>> ni siquiera tienes la necesidad de responder con un <<no pretendo gustarte ni a ti ni a nadie>>, simplemente sonríes.
Dónde empieza todo...
Pienso
que es un problema de educación. No
podemos actuar como si el cuerpo fuese un juguete y pretender que los bebés
sean rollizos, porqué así dan ganas de achucharlos, que después sean niños
esbeltos y que de mayores nuestro cuerpo no cumpla años y se mantenga siempre
joven. Desde la infancia, deberíamos hacer saber a nuestros hijos, alumnos, sobrinos, etc. lo válidos que son por ser tal y como
son, y mostrar nosotros mismos una relación saludable hacia nuestro cuerpo. Y, por descontado, no contribuir a los comentarios despectivos que tan a ligera se hacen.
La
diferencia siempre en positivo
La diversidad enriquece, es la realidad y siempre nos aporta algo, ni que sea una mirada distinta. Hay pieles más o
menos tersas, sensibles, porosas, pecosas, translúcidas, y de una variedad
increíble de tonalidades… Igual que las manos, que los ojos, que la boca… Cada
parte de nuestro cuerpo es única y es nuestra, solo por eso ya tendríamos que
valorarla y amarla. También hay quién tiene un solo brazo o una sola pierna, o
seis dedos; cuanto antes empecemos a aceptar la variabilidad con normalidad,
antes nos dejaremos de prejuicios y seremos y dejaremos ser felices a las personas
con lo que tienen, que no es ni mejor ni peor.
Hace
poco, algunas famosas se quejaban del (ab)uso del Photoshop; si la televisión y
las revistas exigen cuerpos imposibles, tal vez deberían contratar a
ilustradores en vez de fotógrafos y maniquíes en vez de modelos de carne y hueso,
al menos sería más honesto.
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