jueves, 28 de abril de 2016

UN CUERPO REAL

Hace un par de semanas que me ronda un tema, fue a partir de ver un programa que no me pierdo ningún lunes: La Gent Normal (la gente normal) y que echan por el canal33 (televisión catalana). Siempre abordan temas un tanto controvertidos y lo hacen a partir de los testimonios y el diálogo entre varias personas que han vivido en primera persona alguna experiencia relacionada con el asunto a tratar.

Esta semana giraba en torno al hecho de empezar de cero, en anteriores emisiones hablaban de adopción, prostitución, transexualidad, delincuencia… A mí siempre me genera un gran debate interno, y externo si pillo a alguien por banda ;) En el último programa se lanzaba este interrogante: 

¿Prisioneros de nuestra imagen?

Y proponía una serie de preguntas: 
  • ¿Vivimos demasiado pendientes de nuestra imagen? ¿Existe la dictadura de la imagen?
  • ¿Cómo nos condicionan las convenciones sociales? ¿Sabemos envejecer?
  • ¿El retoque fotográfico está tan extendido como parece? ¿Cómo altera la relación con el propio cuerpo?

Para mí es muy importante reflexionar sobre este tema, tomar conciencia. Uno de los testimonios del programa, Nadia, explicaba su caso desde una clínica para enfermos de anorexia. Pensé en la cantidad de personas a disgusto con su cuerpo que desarrollan enfermedades graves y las que, sin llegar a enfermar, viven excesivamente preocupadas por su imagen.

Yo no fui feliz con mi cuerpo, 
durante toda mi niñez fui <<flaca >>

Este rasgo físico pasó a definirme durante años, de ahí que escriba "fui" en vez de "estaba", lo oía a menudo por parte de mi entorno para referirse a mí y nunca con connotaciones positivas. Crecí en una cultura en la que estar muy delgado no era estético, y por lo tanto era señalado, se me recordaba constantemente (por si yo no lo apreciaba al mirarme al espejo), atribuyéndole una importancia innecesaria.

En vez de enseñar a los niños a estar a gusto cada uno como es, ya sea alto, bajo, gordo, delgado, etc. existe la tendencia a etiquetar y a señalar defectos y virtudes, tanto unas como otras muy subjetivas, por otra parte. Las personas más cercanas son las que más daño hacen a la autoimagen y la autoestima con sus comentarios y su actitud. ¡Sin querer, por pura ignorancia! Tal vez, porque ellas mismas carecen de una buena relación con su propia imagen. Si cuerpo es algo que nos viene dado y cada uno es diferente:

¿Por qué parece que debamos pedir perdón por todo aquello que se sale de los cánones de belleza del momento? 

Tan poco sentido tiene presumir de algo en comparación con lo de otra persona, como fustigarse por no tener tal parte de nuestra anatomía como la de tal otro individuo o ideal. No es adaptativo, nos llena la cabeza de preocupaciones innecesarias, nos acompleja, nos hace vulnerables y, en muchos casos, verdugos de otras personas. 

De pequeña, en la escuela, un compañero me llamaba "saco de huesos". No era nada agradable. Pronto hice el cambio y cesó; por suerte para mí no fue a mayores, pero da igual, fue suficiente para contribuir a que no estuviera bien con mi cuerpo y deseara cambiarlo. Ya empezaba con mal pie, con algo que iba a ser un hándicap en mi vida: una baja autoestima.

De flaca a delgada
Con el tiempo, ya no era la flaca, estaba delgada, y no una delgadez enfermiza ni extrema, por lo que la gente no se preocupaba por mí en plan puede estar enferma, en ese caso supongo que no hubiesen sido tan bocazas (o tal vez si…). Pero continuaba la presión social: el hecho de notar que alguien te mira de arriba abajo, después pone gesto de desaprobación y acaba con una frase-sermón-consejo-me-meto-allí-donde-no-me-llaman: Sara, estás muy delgada… (Y gesto de penita), o, Sara, deberías comer más (esa persona, desde luego, no sabía que engullía como una bestia para no perder peso). En fin, sin acritud, qué le vamos a hacer. No sé si es falta de tacto o qué… Nunca, jamás en mi vida, le he dicho a nadie si estás gordo o flaco, o si tiene el culo, los pies, o lo que sea, de tal manera. Me recuerda a los comentarios que tienes que oír con la maternidad, qué pereza…

En mi caso, durante un tiempo engordar se convirtió sino en una obsesión, casi, me preocupaba mucho por no saltarme una comida, por comer cantidad, por llenar la ropa. Me impuse una dieta para engordar que seguía a rajatabla y en esa época la comida se convirtió en algo demasiado importante. Cuando conseguí ese cuerpo aceptado socialmente entonces sucedió otro fenómeno, tampoco muy saludable: empezaron los elogios. Sin querer te ves en la obligación de mantener ese cuerpo por el que te alaban, y eso en mi caso suponía comer mucho, aunque paradójicamente, tenía que justificarme y convencer a la gente de que en realidad sí que comía (un sobre-esfuerzo absurdo).

Y un día me dejaron de importar las opiniones ajenas

¿Cuándo? Ni lo recuerdo. Quizá también cuando dejé de hacer caso a la gente que te aconseja qué color de pelo, peinado, ropa, etc. te favorece más. Te das cuenta cuando ante el típico <<me gustabas más con...>> ni siquiera tienes la necesidad de responder con un <<no pretendo gustarte ni a ti ni a nadie>>, simplemente sonríes.

Dónde empieza todo...
Pienso que es un problema de educación. No podemos actuar como si el cuerpo fuese un juguete y pretender que los bebés sean rollizos, porqué así dan ganas de achucharlos, que después sean niños esbeltos y que de mayores nuestro cuerpo no cumpla años y se mantenga siempre joven. Desde la infancia, deberíamos hacer saber a nuestros hijos, alumnos, sobrinos, etc. lo válidos que son por ser tal y como son, y mostrar nosotros mismos una relación saludable hacia nuestro cuerpo. Y, por descontado, no contribuir a los comentarios despectivos que tan a ligera se hacen.

La diferencia siempre en positivo
La diversidad enriquece, es la realidad y siempre nos aporta algo, ni que sea una mirada distinta. Hay pieles más o menos tersas, sensibles, porosas, pecosas, translúcidas, y de una variedad increíble de tonalidades… Igual que las manos, que los ojos, que la boca… Cada parte de nuestro cuerpo es única y es nuestra, solo por eso ya tendríamos que valorarla y amarla. También hay quién tiene un solo brazo o una sola pierna, o seis dedos; cuanto antes empecemos a aceptar la variabilidad con normalidad, antes nos dejaremos de prejuicios y seremos y dejaremos ser felices a las personas con lo que tienen, que no es ni mejor ni peor.

Hace poco, algunas famosas se quejaban del (ab)uso del Photoshop; si la televisión y las revistas exigen cuerpos imposibles, tal vez deberían contratar a ilustradores en vez de fotógrafos y maniquíes en vez de modelos de carne y hueso, al menos sería más honesto.


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