Cuántas veces habré presenciado la escena: un niño con ganas de jugar, de descubrir y de moverse en libertad y un adulto pisándole los talones y recordándole a cada paso que el mundo está lleno de obstáculos, retos imposibles, trabas a evitar, dificultades, impedimentos... Diciéndole que él no sabe, no puede o no debe realizar según que acciones, porque pueden suponer un peligro (o riesgo de él), por mínima que sea la probabilidad.
- ¡Cuidado que te vas a caer!
- ¡Cuidado no corras!
- ¡Cuidado ves más despacio!
- ¡Cuidado un escalón!
- ¡Cuidado no subas ahí!
- ¡Cuidado que está muy alto!
¿Os imagináis que alguien os diese esos "mensajes de aliento" mientras intentáis asumir un nuevo reto, lograr algo que os entusiasma, o simplemente tratáis de poner a prueba vuestras capacidades?
Muy probablemente desistirías de lo que estáis a punto de hacer, pensaríais que no sois capaces de hacerlo, que es demasiado difícil para vosotros, que es muy peligroso... O, si habéis salido algo rebeldes, os enfadaríais, os empeñaríais en intentarlo de todos modos, o os frustraríais, os sentiríais débiles, sumisos (sí mama no lo volveré a hacer más)...
Lo que no os sentiríais en ningún caso es capaces y seguros: porque lo que, con estos mensajes, no infundimos en ningún caso es ánimo y confianza. Entonces, igual que nos pasa a nosotros cuando un jefe desconfiado nos observa con el ceño fruncido, que cometemos más errores de la cuenta, nos tiembla un poco el pulso, nos volvemos más torpes, dudamos, etc. Imaginad un niño o niña, en pleno desarrollo de sus capacidades.
Los adultos transferimos nuestros miedos a los niños para los que somos referentes
En su Teoría del Aprendizaje Social o Teoría Social Cognitiva, Albert Bandura (1977) hace mención a la autoeficacia percibida: las creencias que una persona tiene sobre sus propias capacidades. Sus expectativas de eficacia.
Los niños con una autoeficacia baja tenderán a sentirse indefensos y a rendirse ante un problema u obstáculo. Con todo lo que comporta para su futuro desarrollo crecer con este handicap adquirido.
Los niños con una autoeficacia elevada se sentirán capaces de resolver los problemas que se encuentren, se mostrarán perseverantes y se enfrentaran a las dificultades como desafíos.
Pero no fue Bandura quien me hizo ver la luz, una vez escuché a alguien unas sabias palabras (a parte de "vive y deja vivir", que se la prestaría a más de uno, y de esta otra: "si tus palabras no valen más que el silencio, cierra la boca por favor", versión libre, por supuesto) decía algo así:
Como educadora hace años que eliminé el "cuidado, cuidado" de mi repertorio, por respeto a esos niños que no merecían que les transmitiese mis temores, aunque eso no significa que no les advierta cuando considero que es necesario con un "ves con cuidado con...". Creo que existe una gran diferencia entre ese "¡Ay, ay!" que va acompañado de un tono y de una actitud determinada, que de una vigilancia relajada que advierte solo cuando existe un riesgo real. Conocer en el día a día a los niños es lo que permite saber hasta donde puede llegar sin nuestra intervención directa, por lo tanto, observarlos es primordial.
Con Juno, que la conozco más que a mí misma, tengo muy claro de lo que es capaz y de lo que puede llegar a hacer sin mi ayuda aunque no lo haya hecho jamás. Simplemente estoy cerca, disponible, atenta y la miro con confianza. Cuando creo que corre peligro, entonces actúo, sin asustarla, simplemente le digo que aún no puede hacerlo.
No le doy una larga explicación, si ella corre por el campo y se acerca a una zona con cristales le advierto que allí no que hay cristales y se puede cortar. Punto. Y dejo que siga corriendo en otra dirección. Si quiere trepar por algún sitio, como sé que tiene un buen dominio en estos casos, estoy cerca por si me necesita y la dejo hacer (no, no soy de ¡venga, tu puedes!, ¡campeona!, ¡muy bien!) no quiero que haga las cosas para impresionarme, ni para recibir un premio o un halago, quiero que haga lo que le hace sentir bien a ella, por eso me gusta mantenerme en un segundo plano, no entorpecer sus exploraciones.
De hecho, en zonas que considero seguras, dejo que se aleje y que se sienta lo más libre posible, y no soy ni negligente ni imprudente, es que quiero lo mejor para ella y para mí lo mejor es que crezca confiando en sus posibilidades.
Pero tengo la sensación de que los adultos de mi entorno tienen muchos miedos con respecto a las capacidades de Juno, tal vez porque no la conocen tan a fondo como yo, y recurren a todos estos mensajes que yo evito: tanto los de alerta como los de ánimo. No ven que si trepa tan bien es porque desde pequeña la hemos dejado intentarlo, que gracias a todo el aprendizaje que lleva recorrido ahora puede, y que sabe perfectamente cuando algo está fuera de su alcance y entonces pide ayuda.
En fin, me gustaría que tuviesen más confianza en mí, que sé cuidar de mi hija y trato de hacerlo con el máximo mimo y respeto. Y a los entrometidos, que no te conocen de nada y te dan lecciones, les diría esas sabias palabras que tan bien me va recordarlas a mí.
¡¡Feliz domingo!!
Los niños y las niñas tienen derecho a no heredar los miedos de sus padres
Como educadora hace años que eliminé el "cuidado, cuidado" de mi repertorio, por respeto a esos niños que no merecían que les transmitiese mis temores, aunque eso no significa que no les advierta cuando considero que es necesario con un "ves con cuidado con...". Creo que existe una gran diferencia entre ese "¡Ay, ay!" que va acompañado de un tono y de una actitud determinada, que de una vigilancia relajada que advierte solo cuando existe un riesgo real. Conocer en el día a día a los niños es lo que permite saber hasta donde puede llegar sin nuestra intervención directa, por lo tanto, observarlos es primordial.
No le doy una larga explicación, si ella corre por el campo y se acerca a una zona con cristales le advierto que allí no que hay cristales y se puede cortar. Punto. Y dejo que siga corriendo en otra dirección. Si quiere trepar por algún sitio, como sé que tiene un buen dominio en estos casos, estoy cerca por si me necesita y la dejo hacer (no, no soy de ¡venga, tu puedes!, ¡campeona!, ¡muy bien!) no quiero que haga las cosas para impresionarme, ni para recibir un premio o un halago, quiero que haga lo que le hace sentir bien a ella, por eso me gusta mantenerme en un segundo plano, no entorpecer sus exploraciones.
De hecho, en zonas que considero seguras, dejo que se aleje y que se sienta lo más libre posible, y no soy ni negligente ni imprudente, es que quiero lo mejor para ella y para mí lo mejor es que crezca confiando en sus posibilidades.
En fin, me gustaría que tuviesen más confianza en mí, que sé cuidar de mi hija y trato de hacerlo con el máximo mimo y respeto. Y a los entrometidos, que no te conocen de nada y te dan lecciones, les diría esas sabias palabras que tan bien me va recordarlas a mí.
¡¡Feliz domingo!!
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