Me gusta disfrutar de dos tesoros muy preciados por mí: tiempo y silencio.
Tiempo para saborear el instante, el ahora, dejando en suspense el después, sin una hora prefijada como meta que pueda convertir el día en una carrera.
Hay lugares donde la vida pasa lentamente. Es la impresión que tengo cuando me alejo de los atascos de tráfico, de transeúntes andando a zancadas con la mirada fija en sus teléfonos móviles, de las colas que exasperan. Hay lugares donde se pasea, se respira, se observa, y cada uno puede conectar con su yo interior porque no existen ruidos distractores constantes.
Por suerte, no hace falta ir muy lejos para encontrar esa calma que tanto necesitamos de vez en cuando.
No podía ser de otra manera, con una niña vestida de Castañera, ¡teníamos que ir a la montaña!
Aunque nuestro plan inicial era otro, unas obras en la carretera nos tuvieron parados una hora y decidimos quedarnos por esa zona por no pasar más rato en el coche, así fue como fuimos a parar a Tona. Castañas no encontramos, pero sí otras muchas cosas que interesaron especialmente a Juno.
La Castañera trepadora en acción
Cualquier ocasión es una oportunidad perfecta para observar a Juno en acción, para constatar como interacciona con el mundo que se va abriendo poco a poco a sus ojos, a sus pasos, a sus actos. Las secuencias dan fe de esa acción de la que es protagonista:
Subirse al banco, no solo para poner a prueba sus habilidades motrices, también para anticiparse a lo que después demandaría: teta.
La cuesta abajo, la piedra del camino
Seguimos investigando, Juno no pierde detalle de todo lo que va encontrado bajo sus pies.
Y acabamos el día con momentos muy tiernos.
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