jueves, 14 de septiembre de 2017

VULNERABLE

Hay momentos en los que siento una inmensa vulnerabilidad, yo, la fuerte, la que saca genio siempre que es necesario y aún cuando no lo es.



Esta noche he tenido una dosis de este sentimiento, cuando mi mente ha ido hojeando las polaroids del día de hoy, supongo. Conduciendo de vuelta a casa con Juno en la sillita, detrás; después de días de mucho calor el tiempo ha dado un giro y ha traído un viento bastante fresco y un poco de lluvia. Hasta aquí todo bien. He agradecido ese aire que parecía desordenar un poco las cosas, las calles y que se ha cebado con mi pelo. Pero hay días en los que vas acumulando sucesos y se graban como instantáneas que se les suman otras del pasado y parece que quieran ir desfilando por tu cabeza sin venir a cuento, no sé...

Por un lado, sigo muy afectada por una pérdida reciente, de alguien a quien apenas conocía, en realidad, pero que me ha dejado un malestar muy raro. ¿Es la constatación de la fugacidad lo que me asusta? Cada día encuentro cosas que me hacen recordarla, cosas a las que ni había dado importancia. Es un irse sin irse, pero en todo caso, es un no estar. A este recuerdo recurrente se le suma la triste imagen del chico, casi hecho despojo, desparramado contra la pared de la boca del metro, frente a la cafetería del barrio de la escuela. Lo he visto de lejos, sentado, casi desplomado sobre sí mismo. El cabello rubio en una coleta que de lejos le daba un aire juvenil, y seguramente es mucho más joven de lo que me ha perecido, de cerca no conseguía disimular los estragos que la vida había dejado en su cara, prácticamente hueso y piel. Sus manos, atestadas de pinchazos, se buscaban como dos desconocidas tratando de juntarse en un gesto suplicante, sus ojos, que no lograban mantenerse abiertos..., me pareció estar presenciando una lucha por no acabar del todo abatido allí mismo, junto al metro, frente a una cafetería en la que nos han servido con aspereza unos ojos fríos y cortantes. Donde no han dejado de entrar y salir personas con aspecto saludable, donde apuraba su cortado un tipo con mirada difusa a causa de las dioptrías o vete tu a saber... Y he pasado de largo, él se ha quedado allí, yo he seguido con mi vida, aunque ya veis, algo de él me he traído a casa y he necesitado escribirlo para sacarlo de mí. Como el hombre especialmente delgado, aunque pulcramente vestido, que pedía justo en la entrada del metro con cierta urgencia, como si necesitara conseguir algo pronto y largarse de allí a toda prisa. Tenía la cabeza bastante pequeña y esto junto a su delgadez le atribuía cierta fragilidad. Otro tema que a veces me atormenta.

Jamás me pasa inadvertido el sufrimiento ajeno: colecciono miradas intensas, cargadas de mensajes por descifrar.

Los primeros días de escuela son muy intensos, muy potentes, pienso que para todas las partes. No es nuevo. Conocer, acoger, acomodar y acomodarse, sostener, acompañar, escuchar, calmar... cuántos verbos, cuántas acciones. Veo mi cuerpo como un aspirador que va absorbiendo energías y las retiene en su interior con un esfuerzo tenso. Ahora falta ir aflojando esa tensión, ir respirando poco a poco, ir soltando el aire, relajando, disfrutando...

A cien páginas de abandonar a Elena Ferrante y con Caperucita en Manhattan esperando en mi mesilla de noche, espero que esta nueva lectura me traiga buenas vibraciones o la tendré que posponer...

Mañana, y más ansiado que nunca, ¡viernes!

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